La mayor parte de la gente con sobrepeso sufre un proceso inflamatorio conocido como «inflamación de bajo grado», causa fundamental por la que hoy en día se padecen las enfermedades crónicas del adulto. Esto genera que el organismo no sea capaz de utilizar la grasa como energía, solo como almacén para defenderse y sobrevivir.
Los principales detonantes de esa inflamación son el sedentarismo, el consumo de azúcar y edulcorantes. Al consumir estos edulcorantes, el cerebro da la orden al organismo de no quemar la grasa corporal porque ya se supone que tiene la energía que proviene de estos, pero, al ir a buscarla, no la encontrará, ya que el edulcorante solo proporciona el sabor, no el combustible. Este hecho hace que el cerebro tenga mayor ansiedad por lograrlo e incremente la sensación de apetito.
Una molécula de glucosa proporciona 36 moléculas de energía, y una de grasa, 120 moléculas de energía. El cerebro prefiere la grasa como combustible antes que la glucosa. Si el organismo aprende a usar la grasa como combustible habitual, el cerebro estará más despierto, con más energía y más delgado.
Lo mejor para acostumbrar a que el cuerpo use la grasa como combustible es llevar una alimentación adecuada y moderar la ingesta de azúcar en la dieta. Solo después de realizar ejercicio es recomendable su consumo para una correcta recuperación del organismo.